Silvia y Bruno

Poco antes de la Navidad de 1889, Lewis Carroll publica Silvia y Bruno, primera parte de la que habría de ser la última y más extensa, compleja y ambiciosa de sus obras narrativas. La segunda parte, Silvia y Bruno - Conclusión, no saldría a la luz hasta cuatro años después, en la Navidad de 1893.

Para la mayoría de sus hipotéticos lectores, Lewis Carrol era única y exclusivamente el autor de Alicia. Salvo en áreas sociales o intelectuales muy concretas, sus restantes actividades creativas eran, por aquel entonces, casi desconocidas. Y, sin embargo, no considero hiperbólico afirmar que, aunque no hubiera escrito Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo, Lewis Carroll habría pasado a la posteridad como cultivador excepcional de cualquiera de esas otras actividades secundarias: la fotografía, las matemáticas o la propia literatura, en verso o en prosa.

Pero la figura de Alicia dominaba, como una deidad ubicua y absorbente, la vertiente pública de Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll); y todo lo que se relacionara con aquella prodigiosa criatura parecía estar bendecido por la fortuna. No ha de cabernos, pues, la menor duda de que Silvia y Bruno fue un libro que nació, por así decir, contra la corriente.